Queridos todos: puedo decir que he tomado de la vida aquello que el destino me ha entregado.

Cuando niño concurrí a un establecimiento religioso. Entonces no había educación antes de los seis años, en que se cursaba el primer grado. En esa primera etapa, como muchos de mis compañeritos dejaban la clase para ir al baño, una vez vi la oportunidad y los imité. Pero la maestra, harta de las interrupciones, decidió cortar las expediciones y cuando lo intenté los salvoconductos habían caducado. En verdad, ese día tuve una urgencia y como la prohibición seguía latente, pese a mi insistencia, descansé mis intestinos en unos ajustados pantalones tejidos en un punto muy ajustado, que para colmo, completaban la estanqueidad con los puños dentro de las botitas.
Al final de la tarde, en la formación para regresar a nuestros hogares, escuché a mi maestra decir por lo bajo a su colega de 1°B: “también, estos curas podrían limpiar los baños”. Regresé a mi hogar en el transporte escolar sin mayores inconvenientes, sentado pacientemente sobre las cuatro horas previas.
No sé por qué al día siguiente mis padres comentaron el suceso con los choferes y cuidadores, que me hicieron centro de sus burlas. Hasta que mis compañeros de recorrido de lunes a viernes, y los conductores eligieron un blanco diferente.
Considero este el primer signo de resiliencia de mi vida consciente, porque mientras duró, mi mente lograba aislarme en un sitio seguro.
Más adelante, esperaba con ansiedad el regalo del Día del Niño luego de haber captado cuchicheos de mis padres en torno a un reloj. En fin para mí habría sólo un aparatoso dispositivo japonés de la marca equivocada: Orient. Pretendía un Omega. Mis padres ni intentaron convencerme, consiguieron un Omega con la corona estropeada por algún fuerte golpe y arañazos en el cristal. Santa Rosa era una ciudad de pillos, más en esos tiempos, y cuando mi padre lo consiguió como una bagatela pensó que era una falsificación.
El problema con las agujas y el segundero me hizo crear un sistema temporal propio, que con los años devino en un sistema de contraseñas 99,9% infalible, utilizado hoy en la telefonía celular. Mi apellido no es Almizcle, Portones o Trabajos, pero también llegué a multimillonario.
Queridos amigos, si la muerte no me ha jugado una mala pasada, otra más en mi vida, deberán oír lo escrito por mí tiempo atrás para que fuera escuchado en su momento, que es éste. Comprenderán por qué están sentados en los alrededores de esta tumba. Gracias por venir.

Suyo, Liborio Liberato Minyespine.

Luego del mensaje grabado, en medio de los sollozos de algunos, las risas de otros, alguien más toma la palabra.

Estimados amigos, soy SRT, depositario, albacea de la última voluntad de Liborio Liberato Minyespine.
– ¡SRT!, gritó Niní.
– Los discursos se cierran conmigo, hija. Ahora dejame hacer algunas explicaciones sobre quien considero mi más querido amigo, a quien por lo bajo llamábamos Mi Lili, por la costumbre de identificarse con el apellido seguido de los nombres y el DNI.
Dos cosas más: aquél episodio de haberse ido encima en primer grado: eso es in-con-ti-nen-cia. Nada menos. Y su reloj, que ha desaparecido, era de inferior calidad al otro.
– SRT…
– Yo era el único orador después de la grabación. Pero, si querés…
– SRT -dijo Niní-, Liborio me convocó semanas antes de morir. Me dio el reloj, está certificado por la NASA como utilizado por uno de sus astronautas del programa Apolo. También revocamos tu designación al frente del fideicomiso del grupo empresario Ín!
En esa charla papá Liborio, me contó de su disfrute de la soledad. Antes de entrar a una reunión de la junta directiva, escuchó que bromeabas sobre su supuesta homosexualidad. La secretaria te informó que ese día presidirías el encuentro. Fue a tu casa, y sin darme muchos detalles, sé que me engendraron con mamá. Liborio no necesitaba, ni quería, crédito por aquello. El escrito que me dejó con el reloj cambia la decisión que te favorecía: Ín! es mía. Una sílaba de Niní; aunque en su tiempo la competencia se burló del inglés de Liborio.
Leo otra de sus bromas, dijo la joven: Queridos todos, esta no es mi tumba, es sólo una que la empresa ayudó a reformar para esta parodia. Morí antes de lo que todos saben. Mi cuerpo fue preservado como estipulaban los antiguos. Tras la incineración, para evitar manipulaciones genéticas, las cenizas fueron esparcidas en un sitio desconocido. Nos vemos.


Este texto fue escrito durante el IV Mundial de Escritura, realizado en junio de 2021. El autor integró el grupo “el jardín de Alejandra”.