Era alguien empecinado1, aunque también podríamos decir tan convencido de que su sola presencia evitaría que las cosas dieran por el suelo o se rompieran, o las robaran, o se perdieran, que suspendía temporalmente la atención en ellas. Como si entrara en éxtasis2, negando la razón, por ejemplo, de la gravedad, en cuanto fenómeno físico.

Cierta vez, por caso, se hallaba recolectando las macetas de algunas plantas que ponía a resguardo durante la noche,para evitar que fríos imprevistos las afectaran en las primeras etapas de la primavera. En la mañana de aquel día experimentaba con algunas especies comestibles que habían surgido espontáneamente en su jardín. La misma idea de hacer plantines de esos surgimientos vegetales que seguían el ritmo de la Naturaleza, parecía responder a ese estado de éxtasis3, o de torpeza, según el ánimo de quien le observara. Entonces, se desplazaba por los vericuetos diseñados por la Naturaleza y sus ayudantes élficos4 en pos, en esta ocasión, de acomodar especies que habían decidido surgir al paso del caminante, aún del más prevenido. Que no es el caso de nuestro sujeto. Y lo fundamental, es que él creía en ese mundo paralelo, como si lo hubiera creado, en su interior sabía que integraba esos mundos plurales, en que los humanos y otros seres convivían de manera natural.

A la sazón, nuestro personaje iba con dos palas de mano para huertas y jardines, que utilizaba como extensión de sus manos y así separar la tierra cuidadosamente, no afectar las raíces, aún las más mínimas, de sus amigos (que así consideraba a los vegetales en general, los animales inanimados, incluso los regentes etéreos de esos reinos naturales). Colocaba cada una de las plantitas extraídas en una cama tubular y vertical de lata en la que, tal vez no casualmente, la tierra que acompañaba a la planta, que era ya parte de sí misma, ingresaba perfectamente. Él, como extasiado, ajeno a todo el universo, o con todo el universo en su interior, tomaba la lata de lentejas en conserva, o de porotos, o de maíz, que era lo que estaba a la vista de otros, y apretujaba amorosamente la tierra en torno a la plántula para que siguiera su curso luego de esa intervención suya. Como si fuera poco, con una botella de gaseosa convertida en regador, porque en la tapa había muchos agujeros pequeños perforados con un tornillo Philips (¿¡a quién se le ocurre!?), le daba de beber al vegetal.
La plantita, después de sentir un espasmo de “¡me muero, me muero!”, al ser alejada de la tierra, era convencida por los duendes y gnomos, de que estaba viva… y regada. A las horas ya estaba tranquila, como lo demostraba bien parada, otra vez, cuidada por los duendes y las hadas del jardín que llegado el momento la acompañarían a su nuevo destino, tal vez lejos de allí.

Estaba nuestro protagonista, entonces, cuando atardecía, recolectando las macetas de otras plantas que compartían la estancia con los plantines5 nuevos. En éxtasis, o por torpeza, según quien lo cuente o lo oiga, el individuo a quien nos referimos olvidó las leyes físicas que gobiernan la Tierra. Sacó las macetas de a pares… hasta que el balance se quebró… porque los plantines, ubicados al frente, pesaban más que la parte posterior de la superficie en que estaban apoyados. Esto demanda detallar que la tal superficie era una vieja chapa sobreviviente de las estanterías de Casa Paz6, la cigarrería que en la calle Pellegrini tenía la exclusividad de la distribución de la marca Jockey Club tantos años atrás, además de una variedad de productos para kioscos en la ciudad de Santa Rosa7, lugar de esta historia.
La bendita chapa, de la que nos apartamos un tanto en esta historia, descansaba en los apoyabrazos de una silla plegable de hierro y plástico con la que suelen hacer propaganda las fábricas de bebidas alcohólicas, carbonatadas, fermentadas. La silla parecía feliz de hacer equilibrio sobre la tierra con esos usuarios impensados. Al igual que la chapa sobre los apoyabrazos metálicos. Y las plantas no tenían otra.
Cuando el hombre, en éxtasis o con una torpeza inconmensurable, se disponía a distribuirlas cada mañana, los duendes parecían indicarle dónde colocar el siguiente recipiente. Así, aquel individuo creía que era por propia decisión, cuando en realidad obedecía a las plantas, plantines, duendes, hadas, que susurraban, aunque las más de las veces debían gritarle: “¡A la derecha! Ahí hay un hueco!” “¡Ahora atrás!” “¡No, no, no!” “¡Más adelante!” “¡Adelante!”.
Muy a menudo el individuo, en éxtasis, o abstraído, disponía según su criterio, tanto cuando colocaba o quitaba las macetas de esa estrambótica vitrina. Y los resultados no eran tan buenos como cuando los duendes se empeñaban en ayudarlo. A veces las hadas se quedaban apoyadas en las latas de lentejas en conserva para ver qué ocurría, pero inmediatamente obedecían el mandato natural y se zambullían al piso para amortiguar la caída de los plantines. Las más de las veces, su esposa era más rápida que él y colocaba a salvo el plantín… que aún no lograba suspenderse por sí mismo a setenta centímetros del suelo. El individuo decía: “Gracias”, también “perdón”, en un orden indistinto. Y su esposa, los duendes, también las plantas residentes en las latas, en los vasos de plástico flexible negro, en los vasos de plástico duro de yogurt, crema, dulce de leche, parecían quererlo, o conformarse con eso. Porque las pequeñas plantas, y las grandes, seguían viviendo, sin una razón aparente que algunos humanos suelen encerrar en la palabra milagro, mientras los duendes y los demás elementales8, se desternillan de risa de los términos utilizados por los humanos de carne y hueso. Algunas plantas, incontables a lo largo de la larga vida del individuo, se habían reintegrado al Gran Elemento, al que se iban con las hadas, los gnomos, los duendes, los átomos, a la espera de otra oportunidad en que regresarían como nuevas especies vegetales, como duendes, hadas, gnomos, en ésta, u otras vidas del hombre extasiado, torpe o distraído, según el punto de vista de quien crea, escuche y lea esto.

Notas al pie


  1. La definición del Wikcionario en español señala para empecinado: Que no ceja en una decisión, pese a los pedidos o argumentos razonables en sentido contrario. ↩︎

  2. Según Etimologías, éxtasis nos viene del latín tardío exstasis, que primero apareció en Tertuliano (s. III d.C.) en la obra De anima, con la forma ecstasis (éxtasis, estado extático). Fue tomada del griego έκ-στασις (acción de desplazarse, desviación, también acción de estar fuera de sí). Con el valor de alucinación y pasmo del espíritu aparece en Hipócrates, Aristóteles y luego en los neoplatónicos de tendencias místicas para trasladarse finalmente a la literatura cristiana. ↩︎

  3. La Wikipedia, por su parte, refiere: Éxtasis (del griego έκ-στασις ek-stasis), en general, es un estado de plenitud máxima, usualmente asociado a una lucidez intensa que dura unos momentos. Tras su fin, la vuelta a la cotidianidad puede verse incluso transformada por el evento previo, pudiéndose sentir aún algún grado constante de satisfacción. Es entonces una experiencia de unidad de los sentidos, en la que pensar, sentir, entender e incluso hacer están armónicamente integrados. ↩︎

  4. Vea la referencia en Wikipedia a los elfos de J.R.R. Tolkien ↩︎

  5. En Argentina, Bolivia y Uruguay, llamamos plantines a las plantas pequeñas que han surgido de la reproducción por semilla (sexual) o por esquejes (asexual). La Real Academia en su Diccionario de la lengua española, prefiere el uso del término plantón↩︎

  6. Casa Paz o Paz Hermanos era una distribuidora de productos para kioscos. Tenía sede en la calle Pellegrini, entre Quintana y Mansilla, frente a lo que otrora era la sede del diario La Capital, que luego cobijó a CoArte, y ya en el nuevo milenio, fue ocupado por dependencias de organismos nacionales. Los hermanos Paz tenían unos furgones pintados de verde con los que hacían el reparto por los comercios locales. ↩︎

  7. Santa Rosa, ciudad capital de la provincia de La Pampa, República Argentina. ↩︎

  8. Elementales, para la Wikipedia es el nombre que recibe una categoría de seres mitológicos descritos por primera vez en las obras alquímicas de Teofrasto Paracelso (1493–1541). Los tipos de elementales descritos eran cuatro, coincidiendo con los elementos de la tradición griega. De esta forma la correspondencia entre los elementos y las criaturas que les representaban sería: Agua: sirenas; Fuego: Ave Fénix; Tierra: centauro y Aire: grifo. ↩︎