Soy un viandante, no el único, que aventaja a aquellos que viajan miles de kilómetros en quince días, se trepan a aviones, transatlánticos, se malhumoran por las agendas estrechas y denostan el jetlag.

Mi ventaja es que regreso a los lugares visitados cuando deseo, y, en tantas otras ocasiones, incluso cuando me parecía que no era el momento de regresar ahí. Abrazo estos momentos inauditos, los hago míos, o ellos me dejan que crea que es así, para no herir mi ego y los refiera en mis textos como si fueran de mi propiedad.
Están avisados: he sido llevado en estos viajes en la vigilia, o lo que yo creí que era así, y en los sueños, o un estado en el que pensaba, y aún sentía, que dormía.
En procura del peregrinaje, cada palabra, cada letra, me ha sido puesta ante los ojos, en los oídos, en la punta de los dedos con que escribo. Me han sido infundidas en la sangre, contaminaron y purificaron mi corazón; desde allí se han apoderado de mis pies, de mis cabellos, de esta calavera que aún late y se han liberado. ¿Hacia dónde? No puedo decir: “se han ido”, “me han dejado”, pues están aquí conmigo ¿no los ven? Saltan entre mis pensamientos, se comunican con ellos y crean otros nuevos. ¿Acaso no les oyen? Se engarzan a mis células, generan otras y atestiguan, impasibles y con naturalidad, la muerte de millones de millones cada día.
Están aquí, ¿pueden percibirlas? Se comunican con las suyas. Yo las oigo: duelen, ríen, se quejan, comen, aman, cantan, se enojan, perdonan e imperdonan, y tantas otras cosas. Me eluden y cuando quiero medirlas, se deslizan, me obligan a disculparme con un: “las tengo en la punta de la lengua”. Es el momento en que han saltado de regreso al corazón, donde causan latidos que los cardiólogos interpretan como arritmias. Las escucho subidas al fuosh-refuosh, fuosh-refuosh, fuosh-refuosh, que así suenan los latidos de este corazón. ¿Escuchan los suyos?
Azafatas de mis viajes de vigilia, de las travesías en las que creo que duermo, en las que vivo las pequeñas muertes. Las llamo fiebre de zanahoria, el nombre que asumieron cuando les pregunté, un día: ¿quiénes son?