Con el paso de los años he aprendido que hombres poderosos le temen al débil, a quien no tiene nada más que su alma y sus huesos.

He aprendido, con el paso de los años, que cambian las formas, la música, los intérpretes, pero las vacuas letanías del marketing político no varían. No hay nada de novedoso en ellas. Los poderosos les temen a las hormigas, al silencio, al viento del Sur. También al del Norte, del Este y del Oeste.

Temen que el que sólo tiene su piel y su alma descubra que cuando dicen “les voy a dar”, en realidad deberían decir “esto les pertenece. Lo hemos tomado, otros como yo, y yo mismo. Lo hemos tomado de ustedes, de vosotros, de ellos. Y cuando digo: ‘les voy a dar trabajo’, ‘salud’, ‘vivienda’, eso les pertenece, no es mío. Lo administré para ustedes. Les pertenece”.

Los hombres poderosos temen, porque son frágiles. Tanto más frágiles que quienes sólo tienen su alma y sus manos. Necesitan de hermeneutas. Quien tiene solamente su alma y sus pies sabe que muere cada día, como vive a diario. A solas con su alma.