Felicitaciones por el gran triunfo, fue la frase que más escuchó la mujer desde que pisó suelo argentino.
Le habían advertido que algo así podía ocurrir, repetidamente, durante su estancia en el país. Los habitantes, sin distinciones sociales, religiosas, políticas, económicas, hallan el fútbol como una droga -social, política, religiosa, económica… o del tópico que sea.
Por un mes dejan todo de lado. Este año, como en otros fiascos, algunos tenían esperanzas en que la rápida eliminación del pobre seleccionado argentino, poblado de millonarios con orígenes muy humildes, en su mayoría, tomarían conciencia de la grave situación del país. En otras latitudes, cuando se habla de país -cuando lo hacen los pobladores del país, se incluyen.
En Argentina el país es el otro -el otro debe cumplir con las normas, pagar los impuestos, dejar de sentir que el ser funcionario lo transforma en dueño de la oficina o del Estado. En fin, el responsable es el otro.
Todos los gobiernos hicieron responsables a los otros: a sus predecesores, y a los opositores, intra y extrapartidarios. Y así la segmentación de la otredad, en el más egoísta de los sentidos, es un bien inacabable en, nosotros, los argentinos.
La mujer de tez cobriza necesitó un manual, más que el clásico briefing brochure con el que la aleccionan cuando en su tour mundial va de avión en avión, de hotel en hotel, y de encuentro en encuentro con delegaciones de todos los países que integran el Fondo Monetario Internacional.
La cuestión es que Christine Lagarde arribó a la Argentina el 20 de julio, y tuvo un encuentro con los colaboradores que habían desembarcado en los días previos. Como le anticiparon, desde su llegada el fútbol estuvo en la agenda con el público común. El del avión, el del aeropuerto y con quien se cruzó en el hotel. La habían felicitado por el mundial los empleados del hotel, los funcionarios que la recibieron, pero el hombre y mujer de la calle la habían insultado… porque los franceses humillaron al seleccionado de los argentinos.
¿Qué habría dicho Borges sobre esto?, preguntó ella, a un interlocutor argentino. Borges amaba, a su modo, a sus compatriotas, que en su gran mayoría lo ignoran y aborrecen, mientras él amaba ese destino que los hombres de su país ignoraban y se les presentaría un día, con un puñal en la mano, el libro contable del debe y el haber de la vida, y el silbido piropeante, inexorable del final, prosiguió.
¿Alguien la consultó si prefería a Cortázar?, le dijeron. Lagarde calló, pero prefiere más a Borges, porque ella también sabe que Borges cargó con el hecho de ser considerado el más extranjero de los suyos, como ella es considerada más estadounidense que francesa. Además, verbalizó Lagarde, Cortázar festejó el mundial de 1978, y admitió que quiso olvidarse del exilio por un rato.
Tal vez, le replicaron, Cortázar y Borges coincidieron, en 1978, uno exiliado que se olvidó por un día del precio del exilio, y Borges, quien fue un exiliado permanente, aún con los militares en el gobierno.
A mi, dijo Lagarde, me gusta el trato con la gente común. Es verdad que lo hago para aleccionarlos en que deben juntarse para hacer el esfuerzo. Capricorniana tozuda que solo ve el significado práctico del mundo, me hubiera dicho Borges. El tuvo el privilegio de vivir rodeado de mujeres que le aliviaban la tarea del día a día para que se sumergiera en el marasmo de la lengua.
Hoy el lenguaje predominante es el dinero, hasta cuando se hace silencio, o hablan Trump, los países petroleros, o la violencia, añadió.
Voy a nadar. Terminen ustedes, ordenó la directora gerente.
Detrás, los asesores se pelearon por instalarse en el asiento que ella desocupó. En el ventanal a sus espaldas, la Luna creciente y Saturno brillaban en el cielo, en un claro dejado por una furiosa tormenta que se abatía sobre gran parte de la Argentina invernal. Los cristales del lado opuesto dejaban ver a Marte.
Afuera, Buenos Aires insultaba los desvíos y embotellamientos de tránsito causados por la reunión de los ministros de Economía y de Hacienda del G20. Insultaba a la lluvia, a los fuertes vientos del frente de baja presión que igualaba a los argentinos y a los visitantes extranjeros.
Lagarde reapareció, sobresaltando a sus colaboradores: Menos mal que llegamos en Luna creciente. No quiero saber qué será de este país con el eclipse de Luna de la semana próxima, con Saturno, Marte y Urano completando el panorama.
Cuando ella cerró la puerta, el encargado de revisar las cuentas argentinas siguió con su informe: El gobierno dice, textualmente, que tiene la pelota bajo el pie, y a la oposición, del otro lado, discutiendo cómo arma la barrera. Que ahora sí el arco del 2019 le parece más accesible que en el primer tiempo.
El revisor se detuvo un instante, para servirse agua, y la bebió. Otros jugueteaban con el celular y bostezaban, recostados en sillones mullidos, echando un ojo a los informes de un observatorio de políticas públicas que defenestró los dos años y medio de Mauricio Macri en el gobierno. Sobrepobló de empleados públicos puestos a dedo la administración, se sumergió en el errorismo de un fatal esquema de prueba y error en lo social, lo económico, lo político. En otra habitación, Lagarde era prolijamente desmaquillada por una cosmetóloga venezolana empleada del hotel.