Lenguas de fuego en el aire.
Fuego en la tierra.
Fuego que extingue el agua.

Fuego en el fuego que lanza minerales, proteínas animales, gotas de agua sublimadas súbitamente.
Fuego en el viento, que eleva torbellinos y los deposita más allá, acunándolos en vórtices implacables.
Fuego en el agua, que languidece en las venas de los vegetales, arde en los cuerpos de los insectos y la carne de los animales, inanimados y animados.
Fuego en el cielo, con el Sol llameante. En la figura de la Luna, que cuarto tras cuarto, no interviene. No mengua, no incrementa, no renueva. Observa.
Fuego en las entrañas de las rocas, que reciben el mensaje de las profundidades del planeta y lo intercambian con la superficie, las regiones magnéticas extendidas a millones de kilómetros de la Tierra, entrelazadas con las líneas directrices del viento solar.
Figuras invisibles se corporizan envueltas en el humo y las chispas de las brasas. Poderosas salamandras surcan el cielo, se hunden en la tierra, sacuden el vapor de las superficies húmedas y salobres, azotadas por llamaradas delineadas de negro, anaranjado, amarillo y rojo.
Se alzan frente a los humanos, a quienes arrebatan el aire de sus pulmones a cambio de cenizas, y les arrancan las lágrimas y la humedad de las lenguas; les raptan la luz de los ojos y doblegan el calor del corazón.
¡Oh, Madre, qué hemos hecho!, imploran algunas almas.
La mano abrasadora de la Tierra avanza inexorable. Es su cuerpo, y está sacudiéndose en su tarea milenaria, en el eterno baile de destrucción y creación.
Ella también quiere ser perfecta.


Agradezco de corazón a los maestros que tuvieron gran paciencia conmigo: MAP, José Jesús N., Lily M.; de los que aprendí personalmente. Y a D.S.B, José G.M., Ramón M.S., a quienes fui introducido por MAP. Gracias DMC. Gracias SM.